Un joven camina por el jardín que rodea una gran casa antigua. Se dirige al sótano, apartado del resto del edificio, que recuerda a una bodega en desuso, plagada de telarañas y con algún que otro mueble deborado por la carcoma.
El joven vuelve a salir al exterior, las imágenes se suceden y escuchamos una voz en off, su voz. Tiene un plan, nos cuenta, un plan para el que necesita la casa... el sótano en concreto...
Wiliam Wyler (director de películas como Ben-Hur o Vacaciones en Roma) sorprendió al final de su carrera con esta arriesgada película en la que narra la historia de Freddie, un joven introvertido, incapaz de establecer relaciones interpersonales con los demás y cuyo hobbie es coleccionar mariposas. Además, está enamorado (o más bien encaprichado) con una joven estudiante de arte, Miranda, a la que cree en un nivel superior e inalcanzable para él por lo que decide secuestrarla y así lograr que, tras pasar mucho tiempo juntos, su amor sea correspondido.
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Algunas escenas se desarrollan en la casa de Freddie y unas pocas en la calle pero el resto, es decir, casi toda la película, tiene lugar en el sótano donde Miranda está recluida. Así mismo, los secundarios se reducen a un vecino que visita la casa de Freddie en una ocasión, los que aparecen en un recuerdo del protagonista y los transeuntes de las calles de Londres; el resto del tiempo sólo vemos a Freddie y a Miranda en la pantalla. Y sin embargo no resulta un problema, no aburre porque el film no se sustenta en los escenarios o la fotografía. No es tampoco necesario añadir más personajes a la trama porque lo importante son los protagonistas: secuestrador y secuestrada. Ellos son los pilares de la historia y no echar de menos nada más en ella se debe a las imponentes interpretaciones que ambos ofrecen.
Terence Stamp (Freddie) y Samantha Eggar (Miranda) son dos desconocidos en la historia del cine, no se convirtieron en estrellas del cine clásico y sin embargo, en esta película brillaron con todo su esplendor provocando en el espectador sentimientos encontrados. Uno se compadece de la pobre Miranda, retenida contra su voluntad en un sótano del que probablemente nunca salga pero al mismo tiempo siente lástima de Freddie y quiere que al final, Miranda termine por padecer el síndrome de Estocolmo y pueda enamorarse de él.
También la música juega un importante papel, subrayando los momentos de máxima tensión y siendo extrañamente inquietante o alegre según el estado de ánimo de Freddie.
No se trata de una película de psicópatas al uso, no al menos de las que se llevan en los últimos tiempos puesto que no hay escenas de violencia o vísceras desparramadas en el escenario. Se limita a retratar la psique de los protagonistas, mostrandonos su evolución hasta un final simplemente perfecto.
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